Soy Nayari y comparto ideas y hoy vuelvo de un pequeño receso obligatorio para contarte sobre la cuesta.
El domingo 23 de febrero de 2025 mis hijos vivieron un evento único. Ellos fueron parte de los más de cuatro mil músicos del Distrito Capital en Venezuela que ofrecieron un concierto, público, gratuito y al aire libre a propósito de la celebración del 50 aniversario de El Sistema.
Para ponerte en contexto: El Sistema es la gran institución musical de mi país y, por supuesto, un motivo de orgullo para quienes somos venezolanos. “El Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela es una obra social y cultural del Estado venezolano. También conocido como El Sistema, fue concebido y fundado en 1975 por el maestro y músico venezolano José Antonio Abreu para sistematizar la instrucción y la práctica colectiva e individual de la música a través de orquestas sinfónicas y coros, como instrumentos de organización social y de desarrollo humanístico”, así se define en su página web elsistema.org.ve.
Hoy en día, en muchos países del mundo, se ha implementado la metodología y se han creado esta suerte de sucursales de El Sistema. Más allá de esta teoría, como mamá de niños que forman parte de esta agrupación puedo hablar de lo que sucede puertas adentro. Todo lo que pasa antes de llegar a esta noticia de la BBC:
¿Qué es lo que hace que un grupo de niños logren comprometerse de tal manera con algo tan exigente como la música? No, no es la vocación. Como padres, mi esposo y yo tenemos muy claro la importancia de ofrecer a nuestros hijos este tipo de experiencia. Somos muy conscientes de que hoy más que nunca hay que ofrecer a los niños la posibilidad de explorar y desarrollar su máximo potencial. No me malinterpretes, no somos la clase de padres que llenamos la agenda de los niños hasta dejarlos sin el más mínimo espacio de oxígeno. Procuramos el equilibrio entre sus actividades y tratamos de enseñarles cómo ellos mismos pueden poner límites saludables en sus relaciones y en sus actividades. Pero sí sabemos que el mundo puede ser un lugar hostil para jóvenes latinoamericanos con educación básica. Así que nuestros hijos han explorado algunas actividades extra escolares hasta que finalmente llegamos a una que hemos podido sostener como familia.
Con mi hijo mayor intentamos desde pequeño con la música (vale decir que El Sistema tiene un programa que empieza incluso desde el embarazo). Pero por diferentes motivos no pudimos continuar. La situación del país entre 2013 y 2017 fue bastante desafiante: convulsiones sociales, crisis política y económica y otras historias que ya sabemos. Ser padres en esos años no estuvo fácil. Aún así nuestros intentos por darles a nuestros hijos una perspectiva diferente siguieron, probamos con el karate y luego, con nuestra hija menor, intentamos con el ballet.
Todas estas actividades tenían varios aspectos en contra para nosotros:
1.- No representaban necesariamente una pasión para nuestros hijos
2.- Implicaban una movilidad que chocaba mucho con nuestros horarios de trabajo
3.- Todas eran actividades pagas. No solo me refiero a la mensualidad sino también a los uniformes, los trajes especiales para eventos, las entradas a las exhibiciones, las cuotas especiales para premios y reconocimientos.
Seguramente en otro boletín podemos hablar más sobre este tema, pero es que criar seres humanos de bien puede ser una empresa bien costosa.
En medio de todo este caos, mi esposo y yo decidimos empezar a centralizar la cosa. Reducir la movilidad ha sido clave para nuestra paz y salud mental. Todo lo manejamos a pocas cuadras de la casa: el trabajo, los colegios, el mercado. Y dentro de este esquema entraban las actividades extracurriculares. El Sistema volvió a ser una opción para nosotros: nos queda cerca, es gratuito, no hay que hacer grandes gastos en uniformes y eventos extra y es, sobre todas las cosas, una actividad con múltiples beneficios.
Ambos hijos tienen una habilidad especial para la música aunque hay que reconocer que el mayor no lo ve como una cosa vocacional a diferencia de la pequeña que sueña con tocar violín y ser cantante. Pero más allá de eso la clave ha sido el compromiso familiar. Es decir, esta actividad es una prioridad para mi esposo y para mí y así lo vivimos. Nuestras agendas necesariamente se ajustan a las apretadas agendas de ensayos, clases y talleres.
Pero el propósito está claro.
Por poner un ejemplo muy práctico: mi hijo desde pequeño necesitó de fisioterapias y luego terapias de lenguaje y otros tratamientos para mejorar su atención, hoy en día veo cómo hay una relación entre la música y sus increíbles mejoras en todos los aspectos de movilidad, lateralidad y atención. Es que eso de tener que llevar el ritmo con la izquierda y la derecha mientras se tocan algunas notas en instrumentos de percusión es, en sí mismo, una gran terapia.
De los 5 días de la semana, nosotros vamos al menos 4 a diferentes tipos de clases de música. Es un trabajo de hormiguita, es un camino de constancia y disciplina, es estar todo el tiempo recordando que aquí hay un propósito trascendental, es una inversión en el futuro de mis hijos.
El domingo 23 de febrero de 2025 fue un día maratónico. Desde temprano nos preparamos para el evento. Mi esposo y yo pasamos la tarde entera en una plaza, a plena luz del sol, en medio de la multitud. Yo, con mi metro cincuenta de estatura, apenas podía ver una de las pantallas. Aún así disfruté.
Fue muy conmovedor ver que mis hijos fueron parte de este evento.
Al final del día mis hijos estaban enérgicos y felices. Unas semanas antes habían tenido un ensayo general pero creo que fue ese día en el que se dieron cuenta de la verdadera dimensión de pertenecer a esta agrupación.
Yo terminé feliz pero cansada. Tenía unas enormes ganas de no llevarlos al colegio al día siguiente, pero ellos insistieron diciéndome que no estaban cansados. A lo largo de la semana el cansancio fue progresivo en ellos pero en mí fue aplastante. Progresivamente mi energía fue bajando hasta que finalmente me atacó la gripe. Por suerte vinieron los días de carnaval y pude descansar un poco, aún así, hoy escribo un poco congestionada y luego de una noche intensa en la que me costó dormir porque tenía mucha tos.
A veces la vida es tan cansona como una cuesta, pero tengo la esperanza de que en la cima es más importante la satisfacción que el cansancio de haber subido.
Parte del concierto lo puedes ver en la cuenta de Instagram del joven director Angel G. Molina Ynojosa.