Soy Nayari y comparto ideas y hoy te voy a contar que el sábado pasado no me cepillé los dientes al despertarme como usualmente lo hago.
Te escribo desde la distancia temporal de una semana de haber ocurrido el hecho. En la madrugada de ese sábado me desperté sobresaltada escuchando a mis vecinos gritar. Al principio todo era muy confuso. No sabía qué estaba pasando. Usualmente, alguno que otro vecino se queda atrapado en el viejo ascensor del edificio, el único funcional a pesar de sus nobles años de servicio. Cuando alguien se queda atrapado en la madrugada, cosa que suele ocurrir los fines de semana, es usual escuchar gritos y personas dando fuertes golpes a la puerta del ascensor para tratar de abrirla. Ese sábado pensé que sería una situación similar.
Me desperté a las cuatro de la mañana pero no fue sino a las cuatro y media que realmente me levanté de la cama porque ya los gritos tenían otras dimensiones. Escuchaba a mi vecina gritar desesperada “noooooooo” y ahogarse en el llanto. Revisé mi teléfono y entonces vi que había un audio de la vecina del piso 11, era una voz agitada que nos decía “vecinos, se está quemando el apartamento del 10”. En ese momento mis niveles de angustia iban in crescendo. Le comenté a mi esposo y en silencio y aparentando calma, nos asomamos por la ventana de la cocina. No lográbamos ver ni sentir nada. Hasta el momento no teníamos alguna instrucción clara. ¿Habrá que bajar? ¿Llegaron los bomberos?
Durante un lapso de media hora permanecimos a la expectativa. Yo pensaba en los niños quienes dormían plácidamente ajenos a lo que ocurría. Esperé el momento oportuno para despertarlos porque realmente no quería alertarlos sin necesidad.
Es curioso que cuando ocurren estas cosas a veces cuesta ver la dimensión del hecho. Yo, que estoy varios pisos más abajo, no sentía mucho de lo que estaba ocurriendo. Si durmiera en otro cuarto del apartamento tal vez ni siquiera hubiese sentido los gritos. Tampoco pensé en ese momento en ir a ayudar, debo confesar que esta idea se me ha ocurrido varios días después. Pero ¿qué podría haber hecho yo? Mi mente solo estaba ocupada en la seguridad de mis hijos. Decidimos bajar cerca de las cinco de la mañana, no me importaba si esto era realmente necesario pero no estaba dispuesta a dejarlo al azar.
Durante el día he estado bien, pero en las noches revivo la escena y me acuesto nerviosa ante la posibilidad de que una tragedia nos aceche. He recreado en mi mente la imagen de las perritas Golden Retriever arañando la puerta, desesperadas, minutos antes de asfixiarse. Imagino a mi vecina cuando, en medio de la tragedia de perder sus bienes materiales, enfrentara el hecho de haber perdido lo más importante para ella: sus niñas, como llamaba a sus perritas. No he llorado, pero siento que tengo el llanto atascado en alguna parte de mí.
A eso de las siete de la mañana el incendio había sido controlado. Entonces recibo otro mensaje de mi vecina del apartamento del al lado: el agua está bajando muy fuertemente por las escaleras y está entrando a los apartamentos. Subimos y me sentía en el peor escenario de una película. El agua llena de cenizas y restos de goma espuma caía a chorros por las escaleras. Llevaba a mi hija fuertemente sujetada porque temía que se resbalara. Cuando finalmente llegamos a nuestro piso entramos a casa y vimos que adentro todo estaba bien. Mi esposo tomó el mando de la cocina porque a estas alturas solamente habíamos comido unos cambures que compramos en la bodega de la esquina, la chica que nos atendió nos hizo notar algo que era totalmente inexistente para mí hasta ese momento: huelen a humo.
Mi hija pequeña empezó a llorar y me preguntaba si ya era seguro estar en el apartamento. La abracé y le dije que todo estaba bien. Hice la clase de actuación que le garantizaría un Oscar a Meryl Streep porque dentro de mí nada estaba bien. Todo esto ocurrió en cuestión de minutos porque la situación ameritaba respuestas rápidas. Me tocaba salir y ayudar a mis vecinos a sacar el agua de los pasillos y evitar que cayera más agua al ascensor. Una vez controlada la situación me di cuenta de las cenizas. Estaban por todas partes. Pisos, paredes, rincones. El olor a hollín era absolutamente insoportable. A las cuatro de la tarde convocaron a una nueva jornada de limpieza. Me puse a limpiar paredes de manera frenética en un intento desesperado e inútil por borrar todo lo que había pasado.
Los días posteriores fui testigo de la templanza: mi vecina iba y venía con grupos de personas que sacaron hasta cien sacos de escombros. Vi puertas de nevera bajar por las escaleras, restos de muebles, trozos de madera apilados. El olor a humo era una constante, a veces casi imperceptible para mí. Mi cuerpo se encargó de recordarme lo mucho que nos afectó este hecho: me dio una alergia en la garganta y una contractura muscular en la espalda alta.
Han sido días de mucho miedo. He lidiado con el estrés y con la necesidad de sobrepasarlo todo para ser un refugio sereno para mis hijos.
Ese sábado, al final del día, me cepillé los dientes como siempre hago antes de acostarme. Fue en ese momento en el que me di cuenta de que era la primera vez que me cepillaba los dientes en el día.
☀️Lo que dice La ciencia del bienestar
A propósito de esta experiencia quiero compartir esta nota sobre lo que dice la ciencia del bienestar respecto a la gestión del estrés, la ansiedad y la frustración, léela aquí.